Quiero decirles lo que pienso sobre lo popular , clásico culta , erudita o cualquier adjetivo que a uds se les ocurra , en mi opinión la música es música esta allí esperando ser escuchada , apreciada y si... claro tiene matices en sus estructuras , capacidad de despertar en uno gustos diferentes por un género u otro pero no entiende de clases sociales , color de piel , de religión , sexo o de cualquier otro gesto separatista generado por el ser humano ... siempre que alguien este dispuesto a escucharla y disfrutarla es popular lo demás son calificativos y adjetivos de quienes siempre necesitan generar ámbitos para sentirse superiores o diferentes a otros . La música es música .... disfrutenla en cualquiera de sus géneros

jueves, 2 de octubre de 2014

Carlos Molina 2000 - El canto del payador

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       Lista de temas

  1. Contrapuntero 
  2. Juventud
  3. De muy adentro
  4. Canción del cantor errante
  5. El viejo 
  6. Patria
  7. Soledad del fogón
  8. La veda 
  9. El pion
  10. Yerra humana
  11. Despedida
  12. Nunca apagues tu fuego , compañera
  13. Luz y sombra
  14. Chile , la patria fusilada
  15.  Los ocho fusilados
  16. Heber Nieto
 *Durante más de treinta años el payador Carlos Molina vivió en una casa en el Cerrito de la Victoria, en Montevideo. En la entrada había dos sauces llorones; adentro, las fotos y los trofeos testimoniaban los reconocimientos y el rastro que había dejado en innumerables peñas y festivales, tanto en tierra oriental como extranjera.
Había nacido el 11 de septiembre de 1927 en Melo, Cerro Largo.


En esa ciudad vivió junto a sus padres —Universina Coitiño, hojalatera, y Juan Molina, zapatero— y sus hermanos. Siendo un niño, escribía poemas dedicados a los árboles, a los pájaros, a los caballos, al río. Cantaba en un circo; andaba en la huella.
Para Carlos, el verdadero cantor de la familia era su hermano Efraín, que murió en 1949. Él fue autodidacta. «Me hice payador en el camino», le contó a Carlos Cipriani López, en una entrevista publicada en el diario El País en julio de 1996. Mientras cantaba y tocaba milongas con la guitarra (por la zona de Arbolito, por la Micaela), trabajó en chacras, cortó y deschaló maíz en Minas, trabajó como peón cerca de la costa del río Tacuarí (luego lo apodarían «el Bardo del Tacuarí») y vareó caballos.
Cuando tenía catorce años fue a Campamento, un paraje de Cerro Largo, con Agustín Miraballes, que por entonces era su patrón. Había carreras y rifaban con dados una guitarra. El ganador se la vendió a Miraballes, que se la cedió a Molina, pero no como regalo («tal vez pa' probarme, pa'ver cómo era el individuo, qué consecuencias tenía para los compromisos contraídos», contaba Molina). A los quince viajó a Montevideo y conoció al payador argentino Evaristo Barrios. Con él hizo su debut en la radio. Pronto se hizo célebre en pulperías, peñas y cafés por sus rimas y la agudeza extraordinaria de sus réplicas. Se casó con Alba Aurora, la «China», hermana del payador Aramís Arellano. Tuvieron un hijo, Efraín Carlos.


En cx 14 Radio El Espectador
Montevideo - 1964 -

En 1955 participó de la primera Cruzada Gaucha en Montevideo, junto a otros payadores; y el espectáculo viajó por todo el interior y llenó todos los escenarios. Ácrata, trashumante, lector voraz, admirador de Bartolomé Hidalgo como pionero del canto popular, Molina creía que ser payador implicaba una actitud ética y no una mera fuente de entretenimiento o servilismo («no se justifica el payador, el cantor, el poeta, si no cuentan o cantan los asuntos de su gente»), y defendía la lucha contra la opresión. Su sueño irrenunciable era, según sus propias palabras, el de una «sociedad hermana donde el hombre hermano del hombre no tenga necesidad de explotar ni de ser explotado». Publicó varios libros de poemas, compuso canciones, cantó solo en improvisaciones y compartió memorables payadas de contrapunto con otros artistas. Se consideraba a sí mismo un artesano del verso

Murió el 20 de agosto de 1998 en Montevideo.

 En muchas partes del mundo se cultivó o se cultiva el arte de improvisar, ya sea en forma solista o de contrapunto con un contendiente. Esta impresionante expresión poético musical «tiene una antigüedad conocida no menor de tres mil años», al decir de Lauro Ayestarán. En la segunda mitad del siglo xx, el «arte del payador» (trovador, repentista) tiene su gran figura rioplatense en Carlos Molina. Este hombre de sonrisa y ternura de niño, que se volvía un gallo de riña con rulo rebelde en el copete, que paseaba la mirada fija y chispeante mientras preparaba la respuesta, se convirtió en el payador uruguayo por antonomasia. Fue el Gaucho Molina, el Payador Libertario, el Bardo del Tacuarí. No renegaba de la canción compuesta y de hecho grabó varios discos de estudio, pero su pasión estaba en la improvisación, y dentro de ella en el enfrentamiento de la payada de contrapunto. Decía que se precisaba conocer de métrica, leer mucho e ir entrenando el oficio. Y odiaba los versos «guillados» (memorizados previamente).

Carlos Molina y el payador Luis Alberto Martínez

Según la cantidad de versos, una payada puede cantarse en cuartetas, sextillas, octavillas; la más utilizada es la décima o «espinela» con sus diez versos octosílabos y su compleja estructura de rimas. Puede acompañarse por géneros como cifra, estilo, vals, cielito. El más usado —aparentemente desde comienzos del siglo xx , impulsado por el argentino Gabino Ezeiza— es la milonga. Se toca en mi menor, con el pulgar colocado en punta. Pulgar volador del payador que llega hasta las primeras cuerdas, las «primas», las más débiles, que frente al dedo más fuerte llegan casi hasta el chasquido, el «cerdeo» —ruido molesto e impuro para la técnica guitarrística académica—. El arpegiado de las guitarras funciona como un reloj que marca, implacable, el paso del tiempo para el contrincante que prepara su respuesta. Es curioso cómo muchos payadores quieren estudiar guitarra para mejorar su técnica y muchos guitarristas académicos querrían aprender a volar con el pulgar, manteniendo diez, quince, veinte minutos —o hasta donde cuente la leyenda—, la maquinita imperturbable de la milonga payadoril. Y sobre la guitarra, el canto. Muchos payadores mantienen la limpia y lírica emisión de voz del estilista (cantante de estilos), la del primer Gardel, la de Ignacio Corsini y Agustín Magaldi. Pero Molina cantaba, recitaba, o «cantaba diciendo» con certera afinación imprecisa, como echando el alma, casi escupiendo a veces, con una gran proyección en su volumen —que los micrófonos no consiguen registrar—, con energía guerrera, no falta de delicadeza y humor.
Así como rechazaba poner su canto al servicio del dinero («usted está hablando con un hombre que nunca alquiló su guitarra», le dijo a un periodista) o del mero entretener, tampoco aceptaba hacerlo en favor de una tradición idealizada o conservadora. Molina defendía al payador como «institución histórica» a la cual había que dignificar logrando, según sus palabras, que fuera «un elemento que corra parejo con la historia». Hasta el momento, los distintos gobiernos y la sociedad no han encontrado la forma de que este arte viva fluidamente entre los uruguayos más allá del 24 de agosto (día del nacimiento de Bartolomé Hidalgo y, desde 1996, Día del Payador), de las «criollas» anuales o de programas radiales a las seis de la mañana.
Sin embargo, tan inasible, tan movilizador y tan «de repente» puede ser el arte repentista, que cuando en 1984 Molina cantó en el recibimiento a Alfredo Zitarrosa enseguida fue emplazado a presentarse ante la policía. En la aún viboreante dictadura, debía explicar por qué no había mandado las letras para el trámite de censura. Detrás de una mampara otros músicos lo escuchaban explicándole al funcionario que él era payador y por lo tanto no podía mandar previamente lo que tenía que ser creado en el momento. Como burocráticamente el funcionario insistía, Carlos Molina le dedicó una copla: «Cuando pulso un instrumento/ y me pongo a improvisar / ahí ya me empiezo a olvidar/ mi copla muere en el viento».

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